martes, 10 de noviembre de 2009

El fin de los días

No, no es el bodrio que protagoniza Schwarzenegger. Y tampoco me refiero al fin del mundo ni al día del juicio final.
Me refiero al final de nuestros días, al final de nuestra vida. Y lo difícil que pueden llegar a ser. Aunque si comparamos y miramos a nuestro alrededor, la vida de cada uno no es precisamente un camino de rosas.
Pero es mucho peor que, tras haber tenido una madurez plena y sin preocupaciones, es decir: buenos trabajos para ambos, buenos sueldos, y pequeños sacrificios a base de privarse de caprichos para que unos hijos desagradecidos dilapiden esos fondos sin hacerles caso. Entonces llega la vejez, la jubilación, y ese hijo amado que nunca hacía caso resulta que se ha metido en uno de los mayores líos en que alguien se puede meter: es drogadicto. Y aquel niño que no es malo sino travieso, se ha convertido en un adulto que no duda en utilizar todas las armas a su alcance para conseguir lo que quiere: dinero para comprar droga.
De este modo, su querido hijo, que no ha terminado de estudiar y ha tenido algún que otro mal trabajo del que ha salido echando pestes, resulta que además de vivir en el hogar familiar a mesa y mantel sin dar un palo al agua, de repente se permite exigir dinero a cualquier hora del día o de la noche. Simplemente lo pide, y lo pide una y otra vez hasta que por fin se lo dan.

Intentan buscar ayuda, pero las soluciones que les dan no son aceptables para ellos: echarlo de casa, dejarlo a su suerte, no darle ni un céntimo. No puede ser, cómo voy a echar de mi casa a mi hijo que no tiene adonde caerse muerto, no tiene trabajo, no tiene coche, no tiene nada. Cómo no voy a darle lo que necesita, entonces lo dejo que se eche a robar a la calle y luego lo metan en la cárcel.

De este modo, día tras día, mes tras mes, le dan hasta el último céntimo que tienen, y se quedan con la misma ropa de hace veinte años, la casa hecha un museo de los horrores entre muebles desvencijados, paredes amarillentas y techos desconchados, ya que no hay dinero para pintar, no hay dinero para muebles nuevos, no hay dinero para ropa, no hay dinero para nada que no sea lo que mi hijo necesita.

Y así va pasando la vejez, hasta que llega el día en que la Parca aparece y se los lleva, y entonces el hijo se queda sin su protección y se ve en la calle, robando no ya para droga, sino para comer.
Y es entonces cuando se produce un "click" dentro de su cabeza, y se da cuenta de lo que ha hecho: destruir la vida de sus padres, amargarles la jubilación, matarlos a disgustos tres veces al día.

El hijo amado ahora es un apestado, el resto de la familia no quiere saber nada de él, y los que tienen contacto salen escaldados en cuanto empieza a pedirles dinero una y otra vez. De ese modo se ve en la calle, y se da cuenta de que vino a este mundo desnudo. Y que su madre y su padre lo cuidaron para que el mundo no le hiciera daño, pero no se dieron cuenta de que el mundo se lo comió, lo masticó y ahora lo ha escupido. Así que es ahora cuando se da cuenta de que ha hecho de sus padres unos desgraciados durante quince años, hasta el día de su muerte.