viernes, 21 de octubre de 2011

En memoria del sargento Ayllón

En 1996, el hijo de un compañero de trabajo esperaba el autobús para que le recogieran.
Como cada día, el sargento de ingenieros del ejército de tierra Miguel Angel Ayllón esperaba el autobús en la avenida Carlos III de Córdoba.

Estaban preparadas tres bombas, dos coches bomba y otra en un contenedor de basura, pero sólo explotó la del contenedor, y gracias a que el autobús llegó un poco retrasado, explotó cuando estaba a 30 metros, pero como Miguel Angel estaba muy cerca del contenedor, fue la única víctima, aunque pudo haber una masacre, no hubo más víctimas aunque sí otros seis heridos, dos de ellos civiles.

La pregunta es, ¿fue la muerte de Miguel Angel en vano? ¿Merecen sus asesinos una amnistía ahora que ETA ha abandonado? Porque ETA no se ha rendido, solamente "ha dejado la lucha armada", o sea, que siguen en las mismas pero dicen que no van a seguir matando.

Lo que muchos nos preguntamos es qué ha dado el gobierno actual a cambio para que ETA deje las armas. Algo ha tenido que ser, sea lo que sea. Y no estamos dispuestos a aceptar cualquier cosa. Las víctimas del terrorismo por supuesto que no, pero muchos ciudadanos tampoco.

Si el PSOE quiere suicidarse electoralmente, este es el momento. O lo dice más claro o mucho me temo que esta será otra de las situaciones esperpénticas que nos ha regalado el gobierno de ZP, y se deben dar cuenta de que NO TODO VALE. Al menos a muchos de nosotros.


Actualización: una vez mas se manifiesta la ineptitud e incompetencia de los legisladores que tenemos. Resulta que la ley tiene que ser igual para todos, cosa que la "doctrina Parot" no cumple. No se puede distinguir entre asesinos terroristas y no terroristas si no lo hace la ley. Y si hay una serie de beneficios de reinserción, tiene que haber un mecanismo que decida si alguien está en condiciones de reinserción o no.
Es manifiesto que una persona que sale de la cárcel estará bien contenta, pero de ahí a celebrarlo haciendo aspavientos antidemocráticos hay un trecho. Eso debería ser la prueba de que no hay reinserción y de que siguen pensando que los asesinatos cometidos han sido legítimos. En un país que no existe la pena de muerte, que un asesinato sea legítimo tiene narices.

El caso es los culpables de este esperpento son los gobernantes y los legisladores. A ver cuánto esperan para cambiar las leyes y que los delincuentes que no tengan intención de reinserción sigan en la cárcel. Porque lo cierto es que se ha incrementado el número de reclusos que cumplen condena por delitos menores, mientras que el número de reclusos que tienen penas largas es muy bajo.

Es ridículo y esperpéntico que un personaje como Luis Roldán, ex-director de la Guardia Civil, timador profesional que engañó al gobierno (o así nos lo hicieron creer) esté en la carcel, no devuelva ni un solo céntimo del dinero que robó y por lo que está condenado, y encima salga percibiendo la prestación por desempleo y con un trabajo. Deberían quitarle lo máximo posible hasta que devuelva lo que robó. Incluso sus propiedades de cualquier tipo.

Lo que debe ser es que los culpables paguen con una pena acorde al delito. No es razonable que alguien que ha matado a 20 personas esté en la calle con el mismo tiempo de condena que el que ha robado un banco. No es lo mismo.

lunes, 17 de octubre de 2011

Ranas en la piscina

No parece nada extraño, si no fuera por los detalles que a continuación expongo.

Hace poco, cerca de mi casa, han construido unos pisos con el típico recinto cerrado y piscina. El caso es que llegado el verano, por las noches se oía el canto de los grillos... y de las ranas.

La sorpresa viene del hecho de que el bloque de pisos se sitúa en la zona de El Cañaveral, en el Puerto de la Torre, y la corriente de agua más cercana es el arroyo Culebra, que lógicamente lleva agua en invierno y cuando llueve.

La pregunta es, ¿de dónde han venido las susodichas ranas?

Pues parece que del campo. Por lo visto, las ranas tienen un olfato muy sensible a la humedad y son capaces de detectar dónde hay agua, ya sea en arroyos, estanques, charcas o... piscinas.

Lo he comprobado cuando han hecho lo mismo en el otro bloque de pisos que han construido en la misma zona. Las ranas lo han colonizado, y en verano hemos tenido concierto nocturno de canto de rana, dale que te pego toda la noche.

Los cantos han cesado cuando los pisos se han empezado a ocupar y la piscina se ha puesto en uso, o sea, se le ha echado cloro por un tubo y los incómodos anfibios cantores se han dado el piro porque, como me ocurre a mí, el cloro no les agrada mucho.

Pero eso sí, me sorprende cómo han llegado las ranas desde algún arroyo cercano, supongo, o de las alcantarillas, o de no sé dónde, pero el caso es que han llegado.

Me alegra suponer que a pesar de la destrucción que estamos haciendo del planeta, la vida sigue y se adapta, de modo que lo que tendremos es un nuevo ecosistema, que no sabemos si será mejor o peor, pero que sobrevivirá. Al menos, así parece.


domingo, 9 de octubre de 2011

Los viejos caminos

Es curioso cómo el ayuntamiento de cualquier ciudad pone nombre a una calle y la gente la sigue llamando como antes, muchos sin saber por qué. Otros nombres, sin embargo, calan en el pueblo y se pierde el nombre antiguo.


Claro que las que tienen connotaciones políticas las dejaremos aparte. Pero me refiero por ejemplo al Camino de Antquera, que en realidad lo componen la calle Martínez Maldonado, después la avenida de Carlos Haya, y después la calle Lope de Vega y luego Lope de Rueda, ya en el Puerto de la Torre.

Sin embargo, del Camino Viejo de Churriana nadie se acuerda, y ahora se llama Avenida de Europa, y es que entre el aeropuerto, el polígono industrial Guadalhorce y demás, apenas queda nada, y menos después de haber hecho la obra de la segunda pista del aeropuerto, que el carril de Zapata (entre el Makro y el Toys'r'us) ha desaparecido.
Se supone que cuando se termine la hiperronda, se podrá hacer al menos una parte del viejo recorrido.
Además aún quedan las ruinas del viejo acueducto que traía el agua de Torremolinos, y las acequias de los riegos del Guadalhorce, que también se han visto afectadas por todas estas obras.

Sin embargo, la Carretera de Cádiz se sigue llamando así, porque tanta gente durante tanto tiempo, es difícil decir que es la Avenida de Velázquez, por mucho que te guste el nombre y que Velázquez era un pintor andaluz, sevillano por más señas. O a lo mejor es por eso.

Y también la Carretera de Cártama, que antes pasa por Campanillas y Santa Rosalía, que le pusieron Avenida de José Ortega y Gasset, muy complicado para decirlo de corrido con acento andaluz y malagueño. Al final quedará el nombre oficial, pero mientras haya quien lo diga no se perderá el nombre antiguo.

No sé si la carretera hacia Almería se llama camino o carretera de Almería, creo que como ha cambiado tantas veces en el tiempo, no sabría decir dónde empieza. Si partimos de la plaza de toros, entre Avenida de Príes, Paseo de Reding, Avenida Pintor Sorolla, Juan Sebastián Elcano o Bolivia, parece que desde El Palo se sigue llamando calle Almería y luego carretera de Almería. Los paleños lo sabrán mejor, que me perdonen pero no lo sé en éste momento. Cuando lo sepa, lo corregiré.

El mojón de la calle Martínez Maldonado

Cada vez que paso por la calle Martínez Maldonado, esquina con la calle Eugenio Gross, en Málaga, no puedo evitar tocar el viejo mojón de piedra que hay en la esquina, y que señala el punto kilométrico del antiguo Camino de Antequera, por el Puerto de la Torre, Almogía y Villanueva de la Concepción, y luego pasando junto al Torcal.

Y es que recuerdo ese mojón desde que era niño, no sé exactamente desde cuando, pero era yo muy pequeño cuando me fijé en él, y aunque nadie iba por el Camino de Antequera hacia Antequera, sino que se subía Eugenio Gross para luego llegar a Ciudad Jardín y de allí a la carretera de Las Pedrizas (que no era autovía en esa época). El mojón sigue allí, en el mismo sitio, aunque antes no había acera y era un terraplén de tierra.

Luego ya adolescente, iba al cine Cairy (ahora bingo, o lo que sea) y era un cine de verano, que se estaba muy bien, a ver una de romanos, como decía Sabina, pero es que era barato y te lo pasabas bien, aunque algo incómodo en aquellas sillas de metal.

Y después, ahora por mi trabajo casi todas las semanas paso andando por esa esquina, y sigo poniendo la mano en el mojón, como si fuera el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, y fuera algo de obligado cumplimiento.

Los barcos se pierden en tierra

Sí, es una recopilación de artículos de Arturo Pérez Reverte en XL Semanal, bajo el título "Patente de Corso", pero de los que tienen que ver con el mar y los marinos.

Y la recomiendo a todo aquel marino frustrado, como yo. El mar me fascina y las gentes de la mar siempre me han parecido un poco enigmáticas, como si callaran un gran secreto, aunque ya sé que lo que callan son las penas y penurias que da la mar. El mar antiguo, nuestra madre salvaje, como cantaba El Ultimo de la Fila, que es un depredador implacable.

Pero mi "amigo" Arturo se mete, como siempre, con lo que titula el libro, y es que la mayoria de las desgracias y despropósitos que han llevado a barcos y marinos a pique, han sido decisiones tomadas en tierra, ya sea en el centro del reino o al menos en algún despacho.
Y envidio esa pluma mordaz que ataca y defiende, según sea el caso, con maestría de navajero de arrabal, cortando palabras y, a veces, la respiración.

Todos los malagueños hemos ido alguna vez al puerto, y hemos visto de alguna manera los trabajos de la mar. Mi padre aunque no ha sido nunca marinero, sino administrativo, trabajó en Pescadería, y me llevó alguna vez por allí, a la lonja, a ver los barcos descargar su muchas veces escaso botín robado a las profundidades. El olor del mar, las redes extendidas para remendar, han sido parte de mi vida casi cotidiana. Y como me eché una novia del barrio de Nuevo San Andrés, el mar seguía estando cerca incluso en invierno, cuando iba a dejarla en casa de sus padres, y del portal salían tres hombres con gorro de lana y botas de goma ("botas de agua" se dice por aquí), subían a un coche destartalado y se iban a la faena.

Recuerdo que el bar de pescadería era en esos tiempos de los pocos que abría de madrugada, y mi padre que a pesar de ser administrativo, entraba al trabajo a las cinco de la madrugada. Un día madrugué con él, y para tomar el desayuno me llevó al susodicho bar. Me sorprendió la imagen de un hombre con el pelo cano, que se acercó a la barra y pidio "un blanco". En cuanto se llenó el vaso de vino blanco, el hombre lo tomó con manos temblorosas, y lo apuró de un solo tirón. Entonces ya no le temblaba el pulso. Pensé que era el frío, pero no, eran muchos años de vino. El alcoholismo es una trampa fácil cuando se el frío del mar se mete en los huesos, y el alcohol es lo único que calienta el cuerpo, incluso en verano.

Y envidio por otro lado a mi "amigo" Arturo, porque él puede salir con el velero de vez en cuando, y trazar la línea que desde las estrellas del Carro llevan a la estrella Polar. El espectáculo del cielo estrellado en alta mar debe ser impresionante. Yo solo aspiro a verlo algún día, y ni hablar de cruceros. En un velero.

Pero ahora me acuerdo de la gente que vive del mar y de lo que pasa con la pesca, y los barcos que se han perdido en tierra, por la política y por la sobreexplotación de nuestra costa. Aún así, desde que está prohibida la pesca del chanquete y de los inmaduros, veo con alegría en la playa bandadas de pequeños alevines, que no acierto a saber lo que son, pero quiero pensar que están a salvo de nosotros. Ya hace tiempo que no veo al del cubo, ese que vendía los chanquetes ilegalmente por la calle, dicen que "conservados" con orines, y que era la manera de apañarse unos cuartos.

A pesar de eso, en El Palo he visto echar el copo, y delante de todo el mundo, a la antigua usanza, con barca de remos, hace poco. Y sacar la red con la cuerda, lanzada sobre el cabo de arrastre con un taco en el extremo, para que dando un par de vueltas se agarre, y después meter el hombro debajo, echar el cuerpo para adelante y clavar los pies en la arena del rebalaje. Y así, se saca el copo, con su preciado tesoro, la morralla, esos pescaditos chicos que de pequeño comía con los dedos en un cartucho de papel.

Mientras, en la bahía, hay tres barcos repletos de contenedores procedentes de China. Pasado y presente se funden en el mar, mientras la lancha de la Guardia Civil pasa rápida con un runruneo lejano. Y los del copo ni se inmutan. La cosa no va con ellos y la Benemérita anda detrás de los narcos y de las pateras, o igual van de recogida. Con ellos no se meten. Y luego me fijo en una hoguera en la arena, y resulta que están asando sardinas en espetos, en la arena, como antes, y eso también está prohibido. Pero ahí sigue y no puedo evitar que me dé alegría de que algo, a pesar de todos y de todo, no se pierda. Por ahora.

Ahora bien, de ahí a esquilmar todo lo esquilmable, va un trecho. No se puede seguir pescando y dejando el fondo del mar hecho un desierto, lo haga quien lo haga, porque lo que ocurrirá es que al final nos vermos obligados a buscar otra cosa, y seguro que será peor, como los cercos de engorde de los atunes. Gracias a ellos tenemos las medusas en la playa todos los veranos. Pero, ¿las medusas coseguiran que deje de haber turismo? Noooo, para eso están las piscinas.