domingo, 15 de abril de 2012

Una ventana al norte

Acabamos de pasar unas vacaciones de Semana Santa en Asturias. Aunque a mí no me gusta decir Asturias, Cantabria, País Vasco ni Galicia; porque las fronteras solo se sabe que existen por unos cuantos carteles y unas líneas sobre un papelito.

Para mí, todo es el Norte; desde Tuy hasta Irún, todo es el Norte, con mayúsculas. Un mundo diferente, sobre todo la parte cantábrica desde el cabo Ortegal hasta el golfo de Vizcaya.

No sé que pasó allá por 1995, cuando hicimos el primer viaje a Asturias. Fuimos a Llanes, un pueblo turístico, como muchos de la geografía española, que en agosto se pone a reventar. Y por algo es.
Como soy natural de una zona turística, no soporto la invasión de descerebrados deseosos de mojar las posaderas en cualquier recipiente mas o menos grande que esté lleno de agua. Unos quieren ir al mar, otros se bañan en cualquier fuente. Pero parece que en ello les vaya la vida.

Así que aquella vez fuimos en septiembre, nuestro mes favorito, pero como no teníamos niños, fuimos el 15 de septiembre. Mil kilómetros hacia el Norte, y cuando llegamos a Unquera nos quedamos extasiados. El resto de la península pasaba por una sequía tremenda, sobre todo el centro estaba muy seco, y llegamos a la costa cantábrica y nos recibe con esa lluvia fina que llaman "orbayo" y que es lo que mantiene todo verde. Un verde intenso, en mil tonos, que en el verano se hace más intenso porque sigue lloviendo y orbayando, que no es lo mismo, pero que moja más que la lluvia. La sorpresa fue tremenda, porque no se hace uno la idea hasta que lo ve. Helechos entre los árboles, matojos de todos colores, arbustos, zarzas, todo verde intenso, esmeralda. Los prados siempre con alguna vaca o caballo pastando. Pequeños rebaños de vacas, en pequeñas explotaciones familiares. Ovejas, gansos, animales salvajes que se dejan ver unos con más facilidad que otros. Y eucaliptos, millones de eucaliptos de una altura impensable en el sur de España, plantados y recolectados como si fueran lechugas. Pero además robles, hayas, alisos, y lo más extraño, los tejos o "texu" con todo su misterio.

Algo se quedó dentro desde aquella vez. Como si perteneciéramos a ese lugar. Como si hubiéramos nacido allí, aunque seamos de mil kilómetros al sur. Y siguiendo el ejemplo de los de Bilbao, que nacen donde les da la gana, nosotros nos declaramos llaniscos adoptivos, porque sí y sin permiso de nadie, ni de los mismos naturales de Llanes. Y no les pedimos nada, ni siquiera que les parezca bien, que no creo que les incomode mucho, nosotros prometemos no molestar y hacer siempre algo para proteger esa bendita tierra.
Y siguiendo otro tópico absurdo y supersticioso, volví a beber de los chorros de la fuente que hay debajo de la cueva de la santina, en Covadonga, para volver, como bebí de la fuente de Canaletas en Barcelona, para volver.
En mi casa hay un gran ventanal que mira al norte, desde el que veo únicamente los montes hacia Almogía. Desde los alrededores, lo más al norte que veo es el Torcal de Antequera. Es la puerta del norte de la provincia de Málaga. Pero siempre miro más allá, sobre las llanuras de la Mancha y la Ibérica, hacia el Norte. Y espero volver muchas veces más.