domingo, 9 de octubre de 2011

Los viejos caminos

Es curioso cómo el ayuntamiento de cualquier ciudad pone nombre a una calle y la gente la sigue llamando como antes, muchos sin saber por qué. Otros nombres, sin embargo, calan en el pueblo y se pierde el nombre antiguo.


Claro que las que tienen connotaciones políticas las dejaremos aparte. Pero me refiero por ejemplo al Camino de Antquera, que en realidad lo componen la calle Martínez Maldonado, después la avenida de Carlos Haya, y después la calle Lope de Vega y luego Lope de Rueda, ya en el Puerto de la Torre.

Sin embargo, del Camino Viejo de Churriana nadie se acuerda, y ahora se llama Avenida de Europa, y es que entre el aeropuerto, el polígono industrial Guadalhorce y demás, apenas queda nada, y menos después de haber hecho la obra de la segunda pista del aeropuerto, que el carril de Zapata (entre el Makro y el Toys'r'us) ha desaparecido.
Se supone que cuando se termine la hiperronda, se podrá hacer al menos una parte del viejo recorrido.
Además aún quedan las ruinas del viejo acueducto que traía el agua de Torremolinos, y las acequias de los riegos del Guadalhorce, que también se han visto afectadas por todas estas obras.

Sin embargo, la Carretera de Cádiz se sigue llamando así, porque tanta gente durante tanto tiempo, es difícil decir que es la Avenida de Velázquez, por mucho que te guste el nombre y que Velázquez era un pintor andaluz, sevillano por más señas. O a lo mejor es por eso.

Y también la Carretera de Cártama, que antes pasa por Campanillas y Santa Rosalía, que le pusieron Avenida de José Ortega y Gasset, muy complicado para decirlo de corrido con acento andaluz y malagueño. Al final quedará el nombre oficial, pero mientras haya quien lo diga no se perderá el nombre antiguo.

No sé si la carretera hacia Almería se llama camino o carretera de Almería, creo que como ha cambiado tantas veces en el tiempo, no sabría decir dónde empieza. Si partimos de la plaza de toros, entre Avenida de Príes, Paseo de Reding, Avenida Pintor Sorolla, Juan Sebastián Elcano o Bolivia, parece que desde El Palo se sigue llamando calle Almería y luego carretera de Almería. Los paleños lo sabrán mejor, que me perdonen pero no lo sé en éste momento. Cuando lo sepa, lo corregiré.

El mojón de la calle Martínez Maldonado

Cada vez que paso por la calle Martínez Maldonado, esquina con la calle Eugenio Gross, en Málaga, no puedo evitar tocar el viejo mojón de piedra que hay en la esquina, y que señala el punto kilométrico del antiguo Camino de Antequera, por el Puerto de la Torre, Almogía y Villanueva de la Concepción, y luego pasando junto al Torcal.

Y es que recuerdo ese mojón desde que era niño, no sé exactamente desde cuando, pero era yo muy pequeño cuando me fijé en él, y aunque nadie iba por el Camino de Antequera hacia Antequera, sino que se subía Eugenio Gross para luego llegar a Ciudad Jardín y de allí a la carretera de Las Pedrizas (que no era autovía en esa época). El mojón sigue allí, en el mismo sitio, aunque antes no había acera y era un terraplén de tierra.

Luego ya adolescente, iba al cine Cairy (ahora bingo, o lo que sea) y era un cine de verano, que se estaba muy bien, a ver una de romanos, como decía Sabina, pero es que era barato y te lo pasabas bien, aunque algo incómodo en aquellas sillas de metal.

Y después, ahora por mi trabajo casi todas las semanas paso andando por esa esquina, y sigo poniendo la mano en el mojón, como si fuera el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago de Compostela, y fuera algo de obligado cumplimiento.

Los barcos se pierden en tierra

Sí, es una recopilación de artículos de Arturo Pérez Reverte en XL Semanal, bajo el título "Patente de Corso", pero de los que tienen que ver con el mar y los marinos.

Y la recomiendo a todo aquel marino frustrado, como yo. El mar me fascina y las gentes de la mar siempre me han parecido un poco enigmáticas, como si callaran un gran secreto, aunque ya sé que lo que callan son las penas y penurias que da la mar. El mar antiguo, nuestra madre salvaje, como cantaba El Ultimo de la Fila, que es un depredador implacable.

Pero mi "amigo" Arturo se mete, como siempre, con lo que titula el libro, y es que la mayoria de las desgracias y despropósitos que han llevado a barcos y marinos a pique, han sido decisiones tomadas en tierra, ya sea en el centro del reino o al menos en algún despacho.
Y envidio esa pluma mordaz que ataca y defiende, según sea el caso, con maestría de navajero de arrabal, cortando palabras y, a veces, la respiración.

Todos los malagueños hemos ido alguna vez al puerto, y hemos visto de alguna manera los trabajos de la mar. Mi padre aunque no ha sido nunca marinero, sino administrativo, trabajó en Pescadería, y me llevó alguna vez por allí, a la lonja, a ver los barcos descargar su muchas veces escaso botín robado a las profundidades. El olor del mar, las redes extendidas para remendar, han sido parte de mi vida casi cotidiana. Y como me eché una novia del barrio de Nuevo San Andrés, el mar seguía estando cerca incluso en invierno, cuando iba a dejarla en casa de sus padres, y del portal salían tres hombres con gorro de lana y botas de goma ("botas de agua" se dice por aquí), subían a un coche destartalado y se iban a la faena.

Recuerdo que el bar de pescadería era en esos tiempos de los pocos que abría de madrugada, y mi padre que a pesar de ser administrativo, entraba al trabajo a las cinco de la madrugada. Un día madrugué con él, y para tomar el desayuno me llevó al susodicho bar. Me sorprendió la imagen de un hombre con el pelo cano, que se acercó a la barra y pidio "un blanco". En cuanto se llenó el vaso de vino blanco, el hombre lo tomó con manos temblorosas, y lo apuró de un solo tirón. Entonces ya no le temblaba el pulso. Pensé que era el frío, pero no, eran muchos años de vino. El alcoholismo es una trampa fácil cuando se el frío del mar se mete en los huesos, y el alcohol es lo único que calienta el cuerpo, incluso en verano.

Y envidio por otro lado a mi "amigo" Arturo, porque él puede salir con el velero de vez en cuando, y trazar la línea que desde las estrellas del Carro llevan a la estrella Polar. El espectáculo del cielo estrellado en alta mar debe ser impresionante. Yo solo aspiro a verlo algún día, y ni hablar de cruceros. En un velero.

Pero ahora me acuerdo de la gente que vive del mar y de lo que pasa con la pesca, y los barcos que se han perdido en tierra, por la política y por la sobreexplotación de nuestra costa. Aún así, desde que está prohibida la pesca del chanquete y de los inmaduros, veo con alegría en la playa bandadas de pequeños alevines, que no acierto a saber lo que son, pero quiero pensar que están a salvo de nosotros. Ya hace tiempo que no veo al del cubo, ese que vendía los chanquetes ilegalmente por la calle, dicen que "conservados" con orines, y que era la manera de apañarse unos cuartos.

A pesar de eso, en El Palo he visto echar el copo, y delante de todo el mundo, a la antigua usanza, con barca de remos, hace poco. Y sacar la red con la cuerda, lanzada sobre el cabo de arrastre con un taco en el extremo, para que dando un par de vueltas se agarre, y después meter el hombro debajo, echar el cuerpo para adelante y clavar los pies en la arena del rebalaje. Y así, se saca el copo, con su preciado tesoro, la morralla, esos pescaditos chicos que de pequeño comía con los dedos en un cartucho de papel.

Mientras, en la bahía, hay tres barcos repletos de contenedores procedentes de China. Pasado y presente se funden en el mar, mientras la lancha de la Guardia Civil pasa rápida con un runruneo lejano. Y los del copo ni se inmutan. La cosa no va con ellos y la Benemérita anda detrás de los narcos y de las pateras, o igual van de recogida. Con ellos no se meten. Y luego me fijo en una hoguera en la arena, y resulta que están asando sardinas en espetos, en la arena, como antes, y eso también está prohibido. Pero ahí sigue y no puedo evitar que me dé alegría de que algo, a pesar de todos y de todo, no se pierda. Por ahora.

Ahora bien, de ahí a esquilmar todo lo esquilmable, va un trecho. No se puede seguir pescando y dejando el fondo del mar hecho un desierto, lo haga quien lo haga, porque lo que ocurrirá es que al final nos vermos obligados a buscar otra cosa, y seguro que será peor, como los cercos de engorde de los atunes. Gracias a ellos tenemos las medusas en la playa todos los veranos. Pero, ¿las medusas coseguiran que deje de haber turismo? Noooo, para eso están las piscinas.