domingo, 17 de abril de 2011

Semana Santa

Ha vuelto otra vez. Y otra vez me he perdido la procesión de la cofradía del Puerto de la Torre, la de la Dolores del Puerto, como siempre por circunstancias ajenas a mi voluntad.
Tenía curiosidad, interés cultural si se quiere, porque la verdad esto no lo entiendo. Y lo he mamao desde que nací, porque bajo el balcón de la casa que mi abuela tenía alquilada en calle Peregrinos ponían el tinglao del Chiquito (cristo de la Misericordia, en la iglesia del Carmen del Perchel). Pero jamás me ha dado por ser cofrade. Tengo amigos, familiares y conocidos que, unos mas y otros menos, han entrado en el tema, unos por sacar el trono en los tiempos en que se iba con traje y el pelo engominado, otros han salido de nazarenos desde muy pequeños (mi prima, con 2 años los pañales puestos bajo la túnica, haciendo un bulto enorme).
Pero no lo entiendo.
Y que conste que me emociono, habría que ser de piedra para no emocionarse ante el derroche de trabajo, fatiga y sufrimiento, desde el que trabaja el esculpido en el trono hasta el que lo lleva durante horas, machacándose el hombro. Los nazarenos no me emocionan tanto, un poco sí, pero no sé de dónde sale la extraña fuerza que impulsa a las personas a hacer las cosas. Porque ir con un capirote y una túnica durante unas cuantas horas, aunque no acabes el recorrido, tiene miga.
Pero no lo entiendo. Para mí, es todo absurdo.
Y el derroche de dinero, desde la cuota que se paga a la cofradía hasta los hilos de oro de los bordados, las bocinas, los bastones, caramba, con todo ese dineral se rescataba un país entero de la miseria. O se les enseñaba a pescar a unos cuantos pobres para que al menos supieran conseguir algo de comer.
Y lo entiendo menos aún.
Qué desperdicio de energía, si en vez de pasar tantas horas bajo un trono para llevar una estatua, se invirtieran en una ONG para ayudar a alguien necesitado, a lo mejor tenían sentido.
Y todos los años los mismos rituales en orden estricto, horas, minutos y segundos, una y otra vez, un año y otro. Es una tradición. Pero mucho me temo que nadie sabe ya porqué hace lo que hace. Nadie se lo piensa, se hace y punto. Es la costumbre. Sí, es nuestra cultura, igual que el espeto de sardinas o el zoque, o la porra antequerana, o el ajoblanco. El McDonald's aún no ha podido con eso, igual que en estos días el de la acera de La Marina se pone hasta los topes. Esto es increible, pero cierto.

Y es que la humanidad es absurda, ni más ni menos. No hay otro calificativo. Se hacen las cosas por que sí, no hay motivos que expliquen lo que pasa. Porque no tienen explicación. No hay raciocinio, hay un instinto que algunos caraduras aprovechan, unos de una manera y otros de otra.