lunes, 24 de marzo de 2014

El político que prometió y cumplió...

Ha fallecido hace poco don Adolfo Suárez González, el primer presidente del gobierno de España en su etapa democrática, y al mismo tiempo el último de la dictadura.

Como no, es un personaje muy conocido, sobre todo con su famosa coletilla "puedo prometer y prometo".

Pero para mí lo más lamentable es que todos olvidan lo que prometió en aquellos días de campaña electoral, la primera en muchos años:

"Creo modestamente que en esta nueva hora de España y al pedirles su voto no traigo mis papeles en blanco, ni soy una incógnita. Prometimos devolverle la soberanía al pueblo español, y mañana la ejerce. Prometimos normalizar nuestra vida política, gestionar la Transición en paz, construir la democracia desde la legalidad, y creemos que con las lógicas deficiencias lo hemos conseguido. Prometimos que todas las familias políticas pudieran tener un lugar en las Cortes, y el miércoles pueden lograrlo.

Pero si ustedes nos dan su voto:

Puedo prometer y prometo que nuestros actos de gobierno constituirán un conjunto escalonado de medidas racionales y objetivas para la progresiva solución de nuestros problemas.
Puedo prometer y prometo intentar elaborar una Constitución en colaboración con todos los grupos representados en las Cortes, cualquiera que sea su número de escaños.
Puedo prometer y prometo, porque después de las elecciones ya existirán los instrumentos necesarios, dedicar todos los esfuerzos a lograr un entendimiento social que permita fijar las nuevas líneas básicas que ha de seguir la economía española en los próximos años.
Puedo prometer y prometo que los hombres de Unión de Centro Democrático promoverán una reforma fiscal que garantice, de una vez para todos, que pague más quien más tiene.
Puedo prometer y prometo un marco legal para institucionalizar cada región según sus propias características.
Puedo prometer y prometo que trabajaremos con honestidad, con limpieza y de tal forma que todos ustedes puedan controlar las acciones de gobierno.
Puedo, en fin, prometer y prometo que el logro de una España para todos no se pondrá en peligro por las ambiciones de algunos y los privilegios de unos cuantos."

Este hombre, incansable trabajador, que dejaba agotados a sus colaboradores y subordinados, fue el que un sábado santo legalizó el partido comunista. Pero no solo eso, todos se olvidan que el PCE y el PSOE de entonces, de tiempos de la dictadura, lo que pretendían era la instauración de la República.

Todos hemos olvidado que antes del golpe de estado del general Franco, en España había una república, la II República. Olvidamos que el rey Alfonso XIII se exilió en un intento de calmar los ánimos, que como se vió fue totalmente inútil.

Después de la dictadura, el actual rey don Juan Carlos I actuó como mejor supo, con don Adolfo Suárez como cómplice necesario, para restaurar la monarquía en España, pero sabiendo muy bien que sólo había una manera, y era estableciendo una democracia.

Y aquel hombre de sonrisa de anuncio de dentrífico y pelo bien peinado, conseguía algo que puede parecer muy sencillo pero que en realidad era lo más difícil, que el partido comunista renunciara a la república, que los partidos nacionalistas vascos y catalanes aceptaran el sistema autonómico, y otras cosas que no se dicen.

Luego Julio Anguita, en una entrevista, va y dice que el PCE no quiere la monarquía parlamentaria actual y se forma el follón, porque como siempre nadie transmite el resto de la frase, que era que renunciaban a ello porque al menos había una democracia, y que seguirían luchando pacíficamente por sus ideales.

Ahora que ha muerto este hombre extraño, que trabajaba, prometía y cumplía, a ver cuánto se tarda en hacer una estatua, porque también hay que recordar que acabó siendo odiado en sus propias filas, acusado de ser "demasiado rojo", y los partidos de izquierda recelaban de él por ser todavía "de la derechona", cuando en realidad era un hombre con sentido común, que supo ver que la solución se encuentra en el término medio, que para negociar hay que ceder en algo para obtener la mejor solución.

En fin, don Adolfo, su nombre ha quedado escrito en la historia.